PENSADOR

Humanismo en la educación.
Colaboración de Ricardo E. Trelles (2/marzo/97)

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¡Cada maestro o profesor que usted conozca debía tener una copia de este importante documento!


Sirvan estas notas como meros ejemplos de aplicación de los conceptos humanistas (ver la presentación HUMANISMO: Por qué, qué y para qué, en 868 palabras ) a la actividad más importante en la sociedad humana: la educación de sus miembros. Quisiera que los señores educadores, además de tolerar mi atrevimiento por incursionar en su campo, mejoraran e incrementaran la colección de sugerencias efectivas que trata de ser lo que sigue. A los padres, como educadores principales que son, decirles que este escrito es necesariamente también para ellos.


La manera de ver la vida, entenderla y actuar en ella reflejada en este trabajo es objetiva y perfectamente acorde con la naturaleza humana. Da provechos palpables y una vida más plena, sana y feliz al individuo. Por lo que su enseñanza se logra mediante estímulos positivos, sin uso alguno de castigos, amenazas ni humillaciones.

La formación de un ser humano será deficiente si no incluye la adquisición funcional más completa posible de, al menos, las primeras consideraciones del humanismo:


1. Cada ser humano es una criatura fabulosa.
2. El ser humano es tanto naturaleza como formación.
3. La humanidad es como un superorganismo del que somos parte.
4. La relación y cooperación humanas plenas son requeridas para el mejor funcionamiento y mayor bienestar del ser humano.

Los educadores deben aprovechar cada oportunidad para usar, mostrar y hacer asimilar estas consideraciones.


Deben destacar el gran valor de hasta las habilidades y virtudes humanas más simples; así como dirigir la atención hacia la belleza y las capacidades afectivas del ser humano. Enseñar a apreciar las cualidades propias, a apreciar las del prójimo como nuestras. Recordar que todas las habilidades humanas requieren esfuerzos para su adquisición y desarrollo. Demostrar que incluso se puede hacer que esos esfuerzos no sean penosos mediante entrenamiento y adquisición de hábitos. Recordar que cada uno tiene entre sus obligaciones (y en su conveniencia y gusto) propiciar la formación y el desarrollo del prójimo, comenzando por la descendencia propia.

Señalar cómo en cada instante de nuestras vidas dependemos del trabajo realizado por millones de personas, de la era actual y de pasadas. Cómo cada artículo, facilidad o conocimiento que utilizamos existe sólo gracias al trabajo humano pasado y presente, de nuestros proveedores directos y de los tantos otros que posibilitan la actividad de éstos.


Mostrar que todo lo que cada persona tiene y sabe es fruto del trabajo, propio y, en gran medida, ajeno. Que nada viene en la vida por casualidad ni magia. Que todo hay que generarlo con trabajo humano. Que estamos obligados a (y nos conviene y satisface) devolver en trabajo propio el equivalente del cúmulo de trabajo ajeno que generó cada posesión que usamos o disfrutamos. Que la riqueza obtenida mediante artimañas o abusos es ilegítima y degradante.


El trabajo responsable, graduado al nivel del educando, es un gran ejercicio formativo a toda edad. Ayuda a adquirir las capacidades de concentración, constancia y responsabilidad. Y a entender las nociones de los párrafos anteriores. La ejercitación correcta en el trabajo responsable prepara al individuo para ser un buen trabajador sin sufrir el trabajo. La mayoría de los casos de vagancia --usualmente tratados a base de recriminaciones moralistas-- son simples casos de subdesarrollo de la capacidad productiva por una educación deficiente, que resulta en individuos para los que la concentración, constancia y el esfuerzo físico requieren penas muy superiores a las de la persona promedio.


Hay que enseñar a apreciar y enorgullecerse de las capacidades humanas de hasta el individuo más remoto. Enseñar a disfrutar los éxitos y sufrir las desventuras de hasta ese más remoto individuo. Porque cada individuo es uno de nosotros. Desterrar todo asomo de los bajos sentimientos de la envidia o del burdo envanecimiento por referencia a la desgracia ajena. Enseñar a, sin perder el sentimiento de nación, romper todo antagonismo por diferencias étnicas o culturales.


Hay que mostrar la superioridad de la plena colaboración humana. De dejar atrás la primitiva regla de dar lo menos posible a cambio de lo más que se pueda sacar. De desarrollar la máxima capacidad propia y usarla para generar lo mejor y lo más que se pueda, como fuente de satisfacción y como única vía para, tarde o temprano, recibir nosotros y nuestros seres más próximos los frutos de las máximas capacidades de la mayoría de los demás.


Además de los objetivos básicos esbozados anteriormente, hay gran número de rasgos de la personalidad e interpretaciones de las experiencias de la vida que debemos inducir para tener seres humanos más plenos. A continuación son tratados algunos de esos rasgos e interpretaciones que son muy importantes.
Junto con el aprecio por las contribuciones del resto de la humanidad a la vida de cada individuo, hay que promover en el educando el aprecio por el resto de la naturaleza. La naturaleza es un insondable cofre de maravillas, de las que el ser humano es sólo la más elaborada. No debía ser difícil motivar a la admiración y preocupación por las estructuras y criaturas que nos rodean haciendo la vida posible y placentera. Desde la germinación de una semilla o la gestación de un bebé, hasta el estudio del espacio cósmico, presentan interminables facetas de conocimiento, fascinantes y estimulantes para el educando. Sobre todo si son presentadas de forma clara, completa y con tanta participación real como sea posible.


No debe ser difícil enseñar a apreciar y disfrutar con dimensiones más completas una fruta, hermosa y olorosa, que se va a degustar, o la brisa estimulante que nos viene de un bosque de pinos.
Debe desarrollarse la capacidad para el conocimiento racional. Esclarecer que imaginar el origen de un fenómeno puede ser un buen punto de partida para investigar y comprobar, pero que nunca basta para establecerlo como el real origen. Contentar con el conocimiento progresivo de las cosas; porque debe uno enfocar la atención en aprovechar lo que ya se conoce y no inquietarse por lo que todavía no se conoce. Advertir que no es necesariamente cierto lo que mucha o toda la gente crea, como nuestros instintos de grupo pueden indicarnos; porque fácilmente mucha o toda la gente puede estar equivocada.
Tratar de habituar en lo posible a manejar números grandes, como en distancias y tiempos largos. Mostrar que hay distancias inalcanzables, pero que eso no es ninguna tragedia, por lo tanto que hay por hacer en las alcanzables. Mostrar que una montaña puede moverse y a un animal salirle alas o crecerle el cerebro, cuando pasa suficiente tiempo. Esclarecer los conceptos de posibilidad y probabilidad, con sus consecuencias para tomar decisiones.


Dar a conocer el propio cuerpo como una máquina hipercompleja, formada por membranas, fluidos, conductos y corrientes eléctricas. Hacer concebir que a partir de componentes simples, en números y disposiciones gigantescos, se consigue seres del nivel humano. Usar modelos más realistas en las clases de anatomía. Hacer conocer y ganar confianza en las capacidades del cuerpo para resistir maltratos y para sanar.


Que vayan asimilando y dominando, según sus edades, los fenómenos y emociones extremas de la vida, por ser todos perfectamente normales y necesarios. Como el erotismo y la muerte. Que maduren para tratar con los poderosos reflejos eróticos, mediante su comprensión y encausamiento como parte de una forma muy especial de relación humana, que es totalmente sana y natural. Que se aproximen a ver la muerte con naturalidad, aun con su trascendencia, según vayan viendo con naturalidad la vida.
Enseñarlos a usar su capacidad intelectual humana para sobreponerse a instintos primitivos y reflejos inconscientemente adquiridos, cuando es necesario. Reprimiendo y desarticulando unos y encausando otros que pueden ser fuentes de una vida más placentera y sana. Mostrarles cómo es posible, por ejemplo, controlar la susceptividad a afectarse por fracasos y errores. Cómo el entrenamiento para ello comienza por dejar de afectarse emotivamente por fallos simples, como el deslizamiento de un objeto de las manos. Así como evitar el reflejo simétrico de exaltarse por cualquier cosa que sale bien. Que consideren siempre que lo normal en la vida es ser feliz y que las cosas salgan bien.
Enseñarlos a disfrutar y aprovechar de forma polifacética espectáculos como el patinaje artístico sobre hielo. En éste se puede apreciar ejemplos excepcionales de capacidad física, belleza y expresión artística, que podemos disfrutar con orgullo como muestras de lo que somos y de lo que somos capaces de hacer. Pero hay más. Se puede apreciar e imitar la personalidad de esos artistas-atletas, capaces de concentrarse en ejercicios con tan alta probabilidad de fallos frente a miles de personas. Apreciar e imitar su capacidad para recuperarse inmediatamente luego de sus caídas. Ejercicio que el espectador puede comenzar no sobresaltándose, y uniéndose al patinador en su aplomo, ante los fallos que comparte con él.
Hay que enseñar a apreciar las enormes ventajas y satisfacciones que provienen de la sociedad, la convivencia social y las relaciones humanas.


Que vean la sociedad como el complemento imprescindible que es de la naturaleza humana, sin el cual muy pocos podrían sobrevivir, pero cuyas conveniencias y posibilidades van mucho más allá de la supervivencia. Mostrarles que la sociedad puede y tiene que ser un acuerdo de todos para el bien y progreso de todos. Que los problemas y aberraciones sociales ocurren sobre todo porque algunos no tuvieron la formación integral que ellos están teniendo, y que todos estos problemas y aberraciones pueden ser resueltos de forma civilizada. Que es ilegítimo y degradante ingeniarse para participar con provecho de esos problemas, o intentar establecerse en islas protegidas de los mismos. De nuevo: que la sociedad puede y tiene que ser un acuerdo de todos para el bien y progreso de todos.


Enseñarles que la sociedad, en la medida de sus posibilidades, debe (y le conviene) ayudar al individuo, pero no tiene que hacerlo. El punto de partida para el individuo entender su relación con la sociedad debe ser imaginarse él solo frente a la naturaleza, como en una isla desierta, sin zapateros que le hagan zapatos ni dentistas que le atiendan una muela... Luego comparar con tal situación la gran ventaja de que la institución social ha sido desarrollada, para conveniencia mutua. Lo que implica que la única obligación es darle al individuo tanto como él aporte (que muchas veces se le dé a algunos menos o más que lo que aportan, son otros problemas). El individuo sigue siendo responsable por su sostén y el de su descendencia, sólo que con la gran ventaja de hacerlo en medio de la organización social. Todo lo mucho que el individuo obtiene (o debía obtener) además, de la sociedad, debe ser agradecido, y debe estimular a apreciarla y cuidarla.


Los educandos deben aprender a asociarse, a tomar decisiones y actuar en común. Sin caudillos, sino con coordinadores electos por ellos, que sólo ejercen uno de los oficios requeridos en su sociedad. Deben aprender a cultivar sus propias ideas, a sostenerlas siempre que verdaderamente crean son mejores que las de los demás y a desecharlas sin vacilar cada vez que se reconozcan equivocados. Aprender a tener confianza en su personalidad y en su valor aun en casos extremos en que no sean comprendidos o, incluso, cuando se han equivocado. Aprender a respetar sinceramente la ideas ajenas aunque no las compartan.


Cuando se enseña los conceptos humanistas, es fácil guiar hacia relaciones humanas de calidad y profundidad supremas. A aprender a disfrutar y aprovechar lo tanto que tenemos todos para cada uno. A, al menos ocasionalmente, conversar de forma pausada y relajada, con voz firme y clara, mirándose a los ojos, para lograr la más íntima interacción afectiva e intelectual.
También a estar en guardia y dar tratamiento adecuado al sinnumero de individuos, carentes todavía de una buena formación, que pueden ser muy dañinos de múltiples formas.


Una relación degradante común, contra la cual hay que preparar al educando, es la de manipulación de unos individuos por otros. Si no se cuenta con una concepción clara y sólida sobre la vida y las relaciones humanas, se puede ser víctima de personas que han desarrollado capacidades para influenciar a otros. Éstos hacen uso de debilidades emotivas y necesidades de difícil solución del individuo, para arrastrarlo a dejarse controlar o a tomar decisiones, con una u otra finalidad de los primeros. Son fenómenos ancestrales en la convivencia humana, que difícilmente pueden ser justificados como tolerables o generadores de algún beneficio (como el de "guiar a las personas por buen camino").


Para el educando la figura del educador es frecuentemente vista como autoritaria y restrictiva. Con razón, porque tales actitudes del educador son inevitables cuando se trata de educandos jóvenes. La realidad innegable es que los jóvenes no tienen manera de saber espontáneamente todo lo que les conviene (lo que nos conviene, como humanidad). No tenemos otra alternativa que enseñárselo nosotros, haciendo que lo aprendan. Lo que no significa de manera alguna degradarlos ni humillarlos. Y lo que incluye, como parte de una buena educación, su gradual libertad en la toma de sus decisiones según se convierten en adultos, para pasar a ser nuestros iguales. La autoridad sobre los jóvenes, aunque nos sobrecargue en esta época tan llena de tensiones, es una ineludible obligación nuestra.


Un componente que no puede faltar en la educación --como en casi nada en la vida-- es el amor. Los jóvenes tienen que sentir que cada uno de ellos, aunque no fuera nuestro hijo, es también nuestro. Saber que ellos y nosotros estamos, con diferentes papeles, participando en una tarea crucial para toda la humanidad, que es su educación. Cuando estos conceptos están bien establecidos, no hay severidad hacia ellos que no trasluzca, también, nuestro amor.


La impartición de las trascendentes lecciones anteriores tiene una seria dificultad. Éstas pretenden dar una formación que, en su tiempo, en muchos casos, no hubimos de adquirir nosotros mismos. Eso es parte de las complejidades de la misión fundamental que nos toca como educadores, si es que realmente lo somos: el progreso humano. Tenemos literalmente que hacer a nuestros educandos mejores que nosotros mismos. Para ello no hay otro camino que el de meditar, intercambiar y ejercitar en nuestras vidas conceptos avanzados, como los vistos y otros. O sea, comenzar por mejorarnos nosotros mismos.


El primer requisito para la efectividad del educador, en su humanista misión, es creer, de verdad, en sus educandos. Es creer, de verdad, en el ser humano.


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Esta página ha sido actualizada el 7 Mayo, 2003